Las mentiras de Chernobyl

Era 3 de junio de 2019, pero para más de un millón de personas volvía a ser 1986 en Ucrania. Con la mirada fija en televisores, teléfonos y ordenadores, sus corazones latían al ritmo de la historia. Las emociones acumuladas durante los fotogramas no tardaron en detonar en las redes. Tan pronto como el fundido en negro dio paso a los créditos, los dedos de los telespectadores comenzaron a teclear instintivamente. Había demasiadas cosas que decir, demasiadas emociones. La tormenta fue de loas a héroes caídos en Chernóbil y de admiración hacia los artistas que habían dado a luz a aquel fenómeno audiovisual, pero en ella también había bilis. Comentarios agresivos hacia los monstruos retratados en la historia y hacia un sistema político ya muerto, sin embargo, entre tanta crítica justificada hubo otro tema que destacó: el miedo. Y no hablo del temor a gobiernos corruptos o a la desinformación, me refiero a un claro pavor a la energía nuclear.

¿Acaso podemos culparles? Esos tuiteros asustados acababan de consumir el quinto capítulo de Chernobyl, una serie espectacular y relativamente rigurosa con la historia, la política y la ingeniería que la cosen. Sin embargo, algo enturbiaba esa “perfecta” gema de la pequeña pantalla. Parece que las reservas de rigor son limitadas y cuando se agotan se agotan. No dio para todo y la medicina se llevó la peor parte. Craig Mazin, el creador de la serie nos ofrece una serie de sucesos médicamente delirantes que tienen más que ver con una superproducción postapocalíptica que con la realidad.

Chernobyl es maravillosa, primer aviso

Posiblemente algunos creáis que estoy siendo excesivamente duro, pero vayamos por partes. Antes de nada, dejad que deje claro que soy uno de esos huérfanos de Juego de Tronos que se han aferrado con pasión a esta nueva serie que HBO nos ha ofrecido. Chernóbil me ha encantado y creo que sus creadores merecen un lugar en la historia de las series, pero eso no quita que tenga que ser crítico con lo que realmente se ha hecho mal.

Que esté escuchando ahora mismo en bucle la banda sonora que Hildur Gudnadóttir compuso para la serie no quiere decir que todo me tenga que parecer maravilloso y purísimo. Sobre todo, porque los errores no son detalles irrelevantes, sino exageraciones y bulos que llegan incluso a malograr el verdadero mensaje de los creadores de la serie. En Chernobyl los malos no son los isótopos radiactivos, lo es un gobierno corrupto y opaco hasta la paranoia. Ese es el verdadero mensaje, pero cuando los efectos de la radiactividad se vuelven dignos de una película de zombis despertamos en los espectadores un miedo histórico a la palabra “nuclear” que vuela por los aires todo viso de racionalidad. El terror está servido y la crítica política pasa a un frío segundo plato.

Las cosas claras y el uranio enriquecido

Chernobyl narra una realidad: el accidente más grave ocurrido en la historia de las centrales nucleares. En él, una serie de temeridades gubernamentales y malas decisiones humanas llevaron a la explosión de uno de los reactores de la central nuclear. La explosión dejó expuesto material radiactivo que llegó prácticamente a toda Europa. A lo largo de los capítulos podemos ver cómo esa radiactividad afecta a los trabajadores de la central, los héroes que trataron de controlar la situación y la población general, concretamente los habitantes del Prípiat, el pueblo dormitorio de la central nuclear, situado a 3,5 Km de los reactores.

Es cierto que todavía desconocemos mucho sobre los efectos de la radiactividad en el cuerpo humano. Por ejemplo, no sabemos que, si existe un nivel por debajo del cual el riesgo sea cero, o si, por el contrario, por bajo que sea, todo nivel de radiactividad implica un riesgo. Sin embargo, hay cosas que sí sabemos. Se han descrito los efectos agudos de la radiactividad. Para valores superiores a los 400 mSv podemos ver consecuencias a corto plazo como algunas de las que nos muestran en la serie: mareos, vómitos, inflamación de la piel, etc.

Todo esto se produce principalmente porque las partículas radiactivas “matan” las células que conforman tu cuerpo, por ejemplo, al destruir las células de tu médula ósea se reduce la producción de glóbulos rojos y blancos, produciendo en consecuencia anemias e inmunodepresiones. Al destruir los enterocitos que recubren por dentro tu tubo digestivo, este absorberá peor los nutrientes contribuyendo a la deshidratación del paciente, los vómitos y muchos otros síntomas. Estas lesiones se llaman “deterministas” porque son una consecuencia directamente predictible en función del nivel de radiactividad y el tiempo de exposición a ella.

Ese hombre no es Vasily Ignatenko

Todo esto son efectos que podemos ver en la serie, el verdadero problema es la forma en que se presentan. Podríamos hablar de los vómitos ridículamente aparatosos o de cómo el simple contacto con la ropa de los liquidadores enrojece al instante la mano de una enfermera, serían críticas legítimas sobre una realidad que ya fue lo bastante atroz como para que no necesite ninguna pizca de sal. ¿Acaso los síntomas de una tragedia así no eran lo bastante duros para los creadores de la serie? En cualquier caso, trataré en concreto un tema mucho más sangrante, la caracterización final de Ignatenko, uno de los bomberos que acudieron en primer lugar sin saber a qué se enfrentaban.

Vasily Ignatenko se expuso a unos niveles de radiactividad verdaderamente altos y sin ningún tipo de protección especial, esto desencadenó la dermatitis por radiactividad que nos muestran al principio de su hospitalización, pero a medida que avanza la serie su aspecto empeora muy por encima de las lesiones esperables. No hablamos de una ligera exageración hablamos de una dolorosa caricatura de la ya de por sí terrible realidad. En su última escena, en la que su mujer le revela estar embarazada, Vasily está completamente cubierto de erosiones que exponen directamente sus músculos. Se trata de una escena que busca impactar, lo cual es bueno y hasta necesario cuando tratamos de concienciar sobre una catástrofe así, pero la frontera está en la realidad, esta exageración la cruza buscando algo distinto y, por desgracia, lo consigue.

Rizando el rizo

Olvidemos por un momento a Vasily. En la misma sala está su mujer Lyudmilla y su hijo no nato. Lyudmilla no podía dejar solo a su marido y según nos cuenta la serie se saltó los controles de seguridad y las advertencias con tan de poder acompañar a su marido durante sus últimos días. Tras la muerte de Vasily ella sufre un aborto, que según la serie se debe a que el feto había absorbido toda la radiactividad que, en principio, tendría que haber matado a Lyudmilla.

Los problemas aquí son varios. El primero es que digan la barbaridad de que el feto ha absorbido la radiactividad destinada a la madre, pero hay mucho más. Una persona sometida a radiactividad no se vuelve radiactiva a no ser que estemos en un cómic. Es importante deshacerse de la ropa que llevaba durante la exposición y lavarle la piel y el pelo en profundidad para eliminar las partículas radiactivas que pudieran haberse depositado, pero una vez hecho esto la persona normalmente no supone un peligro para terceros.

Cierto es que algunas sustancias radiactivas pueden incorporarse en el cuerpo, almacenándose y haciéndonos ligeramente radiactivos, pero eso es la consecuencia de exponernos a elementos radiactivos, no a la radiación en sí misma. De hecho, existe el mito incluso entre los médicos de que tras hacer un escáner o una placa de rayos no es conveniente que el paciente se acerque a niños o embarazadas, pero nada más lejos de la realidad.

En otras palabras, Vasily no fue culpable de ningún aborto. Sin embargo, la invención continúa, nunca se atribuyó el aborto a una exposición a radiación, de hecho, no se detectó un aumento de los abortos ni de las malformaciones congénitas durante los años siguientes al accidente. Un aborto como el de Lyudmilla pudo haber estado provocado por numerosos factores como, por ejemplo, el estrés por haber perdido a su marido y haber vivido una catástrofe histórica.

Reescribiendo la historia

Enumerar todos los pequeños errores sería imposible, sobre todo porque muchos podrían ser justificados achacándolos a que no son errores de guion, sino reflejo de la ignorancia de los personajes, pero hay una parte que ni siquiera así puede salvarse.

Al final del último capítulo se suceden una serie de imágenes cada una acompañada por un texto y en sus palabras hay más ficción que durante todo el resto de metraje. Entre ellas se afirman cosas como que la muerte de Anatoly Dylatov fue causada por la radiactividad, cuando realmente se debió a una insuficiencia cardiaca.

En otra de las imágenes aparece el puente desde el que los habitantes de Prípiat vieron arder la central. A sus pies, un texto reza que es llamado el puente de la muerte porque ninguno de ellos sobrevivió. En este caso estamos frente a un descarado bulo, sencillamente no es cierto.

Pero posiblemente la afirmación más alarmante de todas sea que hubo, tras el accidente, un pico de cánceres en Ucrania y Bielorusia. La radiactividad a la que estuvo sometida la población general de estos dos países fue poco superior a la que nos rodea normalmente. En todo caso, sí es cierto que entre las poblaciones más cercanas geográficamente sí que existió un aumento de los casos de cáncer de tiroides, pero no de otros cánceres. Del mismo modo solo se ha detectado un ligero aumento de leucemias en Ucrania que puede ser debido a la mejora del control diagnóstico precisamente por la mejora de las medidas diagnósticas tomadas a raíz por el accidente.

Dando la espalda al lobo

Nadie tiene la obligación de contrastar datos o conocer en detalle el impacto que tuvo el accidente de Chernóbil. Teniendo eso en cuenta, es completamente razonable que este tipo de exageraciones médicas estimulen el miedo a la energía nuclear, desviando el foco de los verdaderos lobos de esta historia. Precisamente, una de las cosas de las que este accidente no es representativo es de la energía nuclear. No ocurrió en una central en óptimas condiciones con personal cualificado y protocolos de seguridad transparentes. Ocurrió en la Unión Soviética, no en las centrales occidentales y mucho menos en las centrales de nuestro siglo, todas ellas mucho más seguras.

Las centrales nucleares de la Unión Soviética eran inseguras incluso para su época. Los costes de producción de los reactores se habían reducido a cambio de la calidad de los materiales y la reducción de medidas de seguridad. Por si esto fuera poco su potencia había sido aumentada en trueque por una mayor inestabilidad. Sus operarios no estaban correctamente formados y el oscurantismo del régimen les dificultaba aprender de la experiencia de otros operadores en otras centrales, básicamente trabajaban a ciegas. Estamos hablando de un gobierno tan obsesionado con la humillación que apostó (como tantas otras veces) por ocultar la gravedad de la situación aun cuando estaba poniendo vidas en riesgo, retrasando así 36 horas la evacuación de Prípiat.

Solo supimos realmente lo que había ocurrido en Chernóbil tras la disolución de Unión Soviética. Fue entonces cuando conocimos a sus 31 muertos directos, los 78 de la catástrofe de Nedelin durante la carrera espacial, el accidente de Kyshtym y tantas otras negligencias gubernamentales. Y sí, por supuesto que todos los gobiernos tienen sus trapos sucios y sus atrocidades ocultas, pero no todos se han revelado igual de turbios.

Nos referimos a un lugar donde los científicos que investigaban “ciencia burguesa” eran mandados a gulags. Ciencia burguesa que, en algunos periodos, incluyó pseudociencias como el psicoanálisis, pero también ciencias de bandera como la genética y la cibernética. Hablamos de un gobierno totalitarista que con frecuencia anteponía los resultados a la seguridad de sus trabajadores.

Este era el verdadero tema de Chernobyl: los hombres de trapo, los silencios pactados, las verdades a medias, la oscuridad informativa, la absoluta vigilancia del estado. Explicar los motivos concretos por los que falló el reactor no es el objetivo de este artículo y no profundizaré en ello, pero sí insistiré en que en estas condiciones políticas un accidente así era esperable, tanto en su descuido inicial como en su pésima gestión posterior.

Porque si bien el envenenamiento agudo por radiación, las cataratas, el cáncer de tiroides y otras enfermedades son culpa del accidente, también lo son los daños psicológicos producidos en las familias afectadas. Personas a las que se mantuvo en la ignorancia, administrando con cuentagotas información edulcorada. Las víctimas del accidente han sido confundidas con las víctimas de la radiactividad, pero no son lo mismo, el accidente de Chernóbil tuvo tanto de político como de atómico y el estrés en el que todavía hoy viven los afectados es tan grave como cualquier otra consecuencia médica.

 

REFERENCIAS: