En las entrañas del tiburón

 

Fotografía de la Isla Guadalupe (México) desde un satélite de la NASA
Fotografía de la Isla Guadalupe (México) desde un satélite de la NASA

Los primeros rayos de Sol ya bañaban la costa de la isla Guadalupe y algunos se las arreglaban para deslizarse bajo la superficie del agua. El mar estaba en calma y la luz se torcía dibujando cáusticas en la arena del fondo. Nadie podría sospechar que bajo la aparente tranquilidad de esa columna de agua estaba teniendo lugar el encuentro de dos tiburones blancos.

Nadaban uno en torno al otro, curiosos, oliéndose, mirándose, midiendo sus fuerzas sin llegar a los dientes. Sin embargo, algo extraño ocurría. El más grande de los dos se movía con torpeza. Nadaba lento y le costaba maniobrar. El motivo estaba oculto bajo la piel del escualo. Entre sus aceradas costillas había un hombre, un hombre vivo, y ese hombre era Fabien Costeau.

Toda la verdad

Nuestro torpe tiburón se llamaba Troy, y para ser exactos no era un tiburón de verdad. Se trataba de un sofisticado trampantojo, un submarino con capacidad para una única persona. Fabien y su equipo llevaban meses diseñando la imitación perfecta. Cada pequeño detalle había sido pensado para engañar a otros tiburones y hacerles creer que Troy era uno de ellos. La forma de nadar, el movimiento de los ojos, la textura de la piel…

Fotografía de Fabien Cousteau (Creative commons en Wikimedia por FCousteauFan)
Fotografía de Fabien Cousteau (Creative commons en Wikimedia por FCousteauFan)

Para Fabien el objetivo de Troy estaba claro, o al menos lo estaba ante la prensa. Toda esta puesta en escena buscaba demostrar que los tiburones no son las bestias sanguinarias que nos cuenta el mito.

Desde que Fabien tiene memoria, su vida y su apellido han estado ligados al mar. A los cuatro años su padre Jean-Michel le enseñó a hacer snorkel. Ocho años después, con tan solo doce, ya formaba parte de la tripulación del Calypso, el barco de su abuelo, Jacques-Yves Costeau. El gran azul corre por sus venas y sabía que la mala fama de los tiburones era inmerecida.

Fabien conocía tan bien como cualquier marino el truco que se esconde tras las fotos de tiburones hambrientos. Esas espectaculares imágenes cargadas de premios fotográficos donde un tiburón embiste a la cámara con las fauces abiertas. La gran mayoría de avistamientos de tiburones no son fortuitos, se buscan, y para ello hace falta atraerlos. La forma de llamar la atención de un tiburón es sencilla: carnaza, una mezcla de sangre, pescado y otros restos, que cumple la función de cebo. El gran olfato de los tiburones hace el resto y pronto llegan los primeros ejemplares, pero hay un problema, están hambrientos. De hecho, esta técnica es conocida como chumming y se considera peligrosa, ya que los tiburones podrían asociar la presencia humana con “la hora de comer”.

Great White Shark chasing prey underwater (Fotografía de Sharkcrew, Creative Commons)
Great White Shark chasing prey underwater (Fotografía de Sharkcrew, Creative Commons)

Pero todavía podemos forzar más la situación. Por si un tiburón hambriento en pleno banquete no vende lo suficiente, también podemos hacerle perseguir un trozo de esa carnaza que venga directamente hacia nuestro objetivo. Mientras, el fotógrafo se encuentra protegido en una gran jaula metálica que perturba el entorno del tiburón. Salta a la vista que no importa cuan espectaculares sean las imágenes, hay algo de lo que desde luego carecen, y es realismo.

Estas fotografías no representan el verdadero comportamiento de los tiburones y Fabien era consciente. Si queríamos verlos como realmente son cuando están a solas necesitábamos fotografiarles en secreto. Sin carnaza, sin señuelos, sin jaulas de metal, pero ¿cómo?

La respuesta, sorprendentemente, parecía encontrarse en los cómics de un muchacho belga y su perro. Concretamente en El tesoro de Rackham el Rojo. En esta aventura, Tintín pilotaba un submarino con forma de tiburón, inventado por el profesor Silvestre Tornasol. Una idea comenzó a dar vueltas en la mente de Fabien: ¿Y si pudiera construir algo similar? Buscaba algo que le permitiera ocultarse de los tiburones a simple vista e incluso interactuar con ellos. Al fin podría mostrarle al público la verdadera personalidad de los escualos.

200.000 dólares de viaje submarino

Podríamos decir que el sueño de Fabien rozaba el capricho, pero por suerte, la familia Costeau tenía el dinero y el prestigio mediático suficientes para satisfacer eso y mucho más.

Moviendo los hilos adecuados Fabien consiguió formar un equipo de expertos que trabajarían para hacer realidad su idea. A la cabeza del proyecto puso a Eddie Paul, un ingeniero de primera línea de Hollywood. Eddie era la mezcla perfecta entre ciencia y efectismo que este equipo necesitaba, y pronto se pusieron manos a la obra.

El trabajo avanzaba, pero desde luego no como estaba previsto. Lo que en un primer momento había prometido ser un trabajo de dos meses y 100.000 dólares llamado Sushi, terminó siendo Troy dos años y 200.000 dólares después. Sin embargo, y tras haber solucionado el enorme número de problemas técnicos que brotaban por doquier, el submarino al fin estaba listo.

Fotogramas del documental Mind of a Demon (Fotografías de Deep Blue Productions)
Fotogramas del documental Mind of a Demon (Fotografías de Deep Blue Productions)

Troy medía 4,3 metros y pesaba 540 kilos, eso significaba que el espacio restante para Fabien era muy reducido. De hecho, tuvo que pilotarlo tumbado sobre su vientre y cargando a sus espaldas 36 kilos de botellas de aire que le daban una autonomía de seis horas y media.

Si bien la falta de espacio era asfixiante, esto se compensaba con algo más importante, la seguridad. Fabien estaba doblemente protegido. En primer lugar, por una hilera de arcos metálicos de 5 cm de grosor dispuestos a modo de costillas. En segundo, extendiéndose sobre los arcos, había una suerte de piel hecha con un tejido flexible llamado Skinflex, usado en materiales prostéticos. El Skinflex estaba reforzado con una resina de policarbonato Lexan, un material a prueba de balas y por lo tanto a prueba de dientes.

Incluso el color de Troy era un aspecto clave. La piel de un tiburón está diseñada para ocultarles a simple vista en lo que se llama mimetismo por contracoloración o ley de Thayer. No es un capricho que su vientre sea blanco y su dorso gris. Es un modo de confundirse con la superficie si los miras desde el fondo y con el fondo si los ves desde la superficie.

Sin embargo, la seguridad y el mimetismo no lo era todo, faltaba la biomecánica. Otros detalles merecían la atención de los diseñadores. Troy debía moverse como un verdadero tiburón, coleando con la misma cadencia. La imitación terminó haciéndose con una espina dorsal flexible que permitía los movimientos de lado a lado. Este contoneo caudal estaba controlado tan solo por un par de pistones, un mecanismo silencioso, discreto y elegante. Perfecto para pasar desapercibido sin grandes motores o turbulencias extrañas.

Ilustración de un Alburno (Alburnoides bipunctatus) En morado sus vejigas natatorias. (Imagen de dominio público modificada)
Ilustración de un Alburno (Alburnoides bipunctatus) En morado sus vejigas natatorias. (Imagen de dominio público modificada)

Gracias a la cola, Troy podría moverse hacia delante, a la derecha o a la izquierda, pero faltaba la profundidad. Para controlarla se instalaron tres vejigas natatorias. Unas cámaras en las que podía liberarse aire que estaba previamente comprimido en unas botellas. Al pasar a estas cámaras el aire perdía presión y reduciría la densidad de Troy, elevándolo de vuelta a la superficie. Curiosamente este sistema de vejigas natatorias es el que usan gran parte de los peces óseos, pero paradójicamente, los tiburones no son unos de ellos.

Los escualos son peces cartilaginosos, también llamados condrictios, concretamente pertenecen a la subclase elasmobranquios que comparten con las rayas y las quimeras. Esto significa que, a diferencia de los peces óseos, u osteíctios, su esqueleto está compuesto de cartílago. Y al ser este más ligero que los esqueletos mineralizados de los osteíctios, los elasmobranquios no necesitan una vejiga natatoria que les ayude con la flotabilidad.

En cualquier caso, todo este galimatías se resumía en un joystick. Con él el tripulante podría controlar la dirección, la velocidad y la profundidad.

El siguiente punto clave era la comunicación. Si bien los grandes tiburones blancos son animales solitarios, se sabe que se comunican ritualmente cuando se encuentran entre sí. Para ello era necesario que Fabien pudiera abrir las fauces y las branquias de Troy a voluntad. Y lo que es más importante, debía poder retraer sus ojos. Este movimiento consiste en girar el globo oculat sobre sí mismo y hundirlo en su propia órbita. Un gesto típico que no solo tiene un papel en la comunicación, sino que vale principalmente para proteger los ojos durante una dentellada.

Los ojos del tiburón estaban listos, pero faltaban los ojos de Fabien ¿cómo vería lo que tuviera delante? Para solucionarlo se instalaron tres cámaras que también permitieran grabar los encuentros con otros tiburones.

El trabajo restante fue más artístico que técnico. Unas cuantas cicatrices con resinas epoxi remataron el aspecto, con la ayuda de algo más: polvo de vidrio y arena. Unos materiales que simularía la aspereza de los dentículos dérmicos que recubren la piel de los escualos como si fueran pequeños dientes orientados todos en el mismo sentido.

Al fin, Troy estaba listo para enfrentarse a aquello para lo que había sido diseñado.

La mente de un demonio

Era 2006 y, aunque con retraso, había llegado el momento. Troy iba a ser estrenado y la idea era grabar en vídeo todos los encuentros posibles con otros tiburones blancos. Mind of a Demon salió a la luz prometiendo mostrar al mundo la vida secreta de los tiburones, pero la realidad no estuvo a la altura: fue un fracaso.

Más allá de lo original que pudiera parecer la idea de Troy, no había nada especial entre tanto fotograma. El documental resultó ser más una crónica sobre la construcción de Troy y las tensiones entre el equipo que un documental sobre tiburones.

Troy era lento, apenas superaba los 5 nudos (9,26 km/h), muy lejos de los 40 km/h de velocidad punta de los grandes blancos durante sus ataques. Sin embargo, el mayor fallo estaba en otro aspecto: el olor.

Los tiburones blancos tienen un sentido del olfato infinitamente más desarrollado que el nuestro, tanto que no importaba el realismo de Troy, si no olía a tiburón no era un tiburón. El olor de los elasmobranquios es muy característico. Un aroma a orines debido a que la urea, residuo de otros procesos metabólicos, se acumula en su sangre para equilibrar su concentración de solutos con la del medio externo.

La verdad es que el problema del olor podría haberse solucionado con relativa sencillez, y posiblemente por ello fue el segundo punto más criticado del documental. El primero fue, sin lugar a duda, las verdaderas intenciones de Fabien. ¿Buscaba realmente mostrarle al público la realidad de los incomprendidos tiburones? El corte amarillista y poco riguroso del documental hizo sospechar que el verdadero motor no era otro que la gloria personal y el reconocimiento mediático. Una idea que el currículum de Fabien se ha encargado de reforzar desde entonces.

En cualquier caso, no nos confundamos, Troy pudo nadar a 7 metros de otros grandes blancos, la distancia normal entre estos tiburones. Sus cámaras captaron imágenes increíbles, pero su interés científico es más que cuestionable. Hoy en día, y a pesar de haber cedido las 170 horas de metraje a la investigación, no se ha obtenido ninguna información en claro de todo este experimento.

Una imitación a medias

Solo con el argumento del olor podemos estar bastante seguros de que los tiburones no consideraron a Troy como uno de ellos, pero por si a alguien le pudiera quedar dudas es interesante saber que los errores no terminan aquí, el olfato no es el único sentido en el que los tiburones destacan.

A pesar de ser peces, los grandes blancos, son endotermos. Esto es, mantienen su temperatura dentro de un rango independientemente de las inclemencias del entorno.

En el caso de los tiburones blancos el mecanismo depende del calor producido por las contracciones musculares cuando nada. Este calor generado en sus músculos calienta la sangre de los vasos que los recorren. De este modo, la sangre de las venas que abandonan los músculos está caliente, y a su vez, gracias a circular paralelas a arterias en la llamada rete mirabile, transfieren parte de ese calor a las arterias que vuelven a entrar en los músculos.

No es que esto produzca mucho calor, pero sí el suficiente para ir acumulándose en un animal que, por su gran volumen, pierde poca temperatura con el medio. A medida que un animal crece su volumen lo hace mucho más rápido que su superficie, reduciendo proporcionalmente su contacto con el entorno. Esto, que se denomina gigantotermia y sumado a la rete mirabilie les permite mantener una temperatura corporal hasta 14 grados más alta que su entorno.

Poros de Lorenzini de un tiburón tigre (Creative commons en Wikimedia, por Albert Kok)
Poros de Lorenzini de un tiburón tigre (Creative commons en Wikimedia, por Albert Kok)

Por otro lado, los tiburones tienen distribuida por su cabeza y parte del cuerpo una constelación de poros que ocultan tras de sí una red de canales llenos de electrorreceptores y cubiertos por una sustancia gelatinosa. Es el llamado órgano de Lorenzini y les permite detectar cambios en la temperatura y en los campos eléctricos. Con esos poros en su piel pueden detectar el latido del corazón de un lenguado oculto en la arena, y por supuesto, pueden notar que Troy no es como los demás tiburones; su temperatura es menor y sus extraños campos eléctricos.

En resumen, Troy podía parecer a simple vista un escualo sano, pero para un tiburón el olfato, la temperatura y los campos eléctricos dicen mucho sobre su entorno que la simple apariencia visual. Tanto que difícilmente pueden ser engañados con este artilugio. O dicho de otro modo: Troy fue una chapuza deliberada.

Unas cuantas verdades

En cualquier caso, fueran las que fueran las intenciones que embarcaron a Fabien en este alocado proyecto, no dejaba de tener razón en una cosa: hemos demonizado a los tiburones.

A lo largo de la historia y de diferentes culturas se ha visto al tiburón como un cazador perfecto y sediento de sangre. Lobos, leones, cocodrilos, todos palidecían ante los escualos. El mismo género al que pertenecen los grandes blancos ya remeda este miedo, y es que Carcharodon significa “diente afilado”. Sin embargo, la realidad no es exactamente así, por muy afiladas que tengan sus hileras de dientes los tiburones no son especialmente agresivos y no buscan la carne humana. Hemos de comprender que hay una gran diferencia entre que sean cazadores de pesadilla y máquinas casi perfectas de cazar.

En primer lugar, acabemos de una vez por todas con ese chovinismo de creer que nuestra carne es irresistible para los tiburones. Existen estudios con tiburones blancos donde se ha visto que prefieren los bocados más grasientos. Leones marinos, focas o elefantes marinos, esas son sus verdaderas presas, las que les gustan y proporcionan los nutrientes que necesitan. Un cuerpo humano es más hueso que otra cosa, algo que complica innecesariamente la digestión de los grandes blancos. De hecho, nuevas evidencias apuntan a que la carroña supone una buena parte de su dieta al ser más eficiente energéticamente.

Pero hay más, todo en un tiburón blanco parece haber sido seleccionado a lo largo de los milenios hasta obtener al superpredador que tenemos hoy en día ante nosotros. Hace 16 millones de años que esta especie patruya los mares sin apenas cambios en el registro fósil, y en cierto modo es comprensible. Los tiburones blancos tienen un índice de capturas del 55%, al menos durante las dos primeras horas de luz del día, su momento favorito. Su mordisco ronda los 4.500 newtons en los adultos más pequeños, y para que nos hagamos una idea, un humano muerde con una fuerza de tan solo 850 newtons.

Su tamaño de más de 4 metros y su peso de más de media tonelada les convierte predadores de primer nivel, tan solo amenazados por las orcas, las cuales, pueden estar contribuyendo a la extinción de los grandes blancos, desplazándolos de sus principales zonas de pesca.

Pero un éxito del 55% no se consigue solo con músculo. Los tiburones blancos han demostrado un relativo nivel de inteligencia. Un gran blanco sabe que no debe cazar del mismo modo a todas sus presas. Si se trata de un león marino lo embestirá desde las profundidades, propulsándose fuera del agua hasta 3 metros en lo que se conoce como breaching. El impacto suele ser mortal. Sin embargo, por muy mineralizada que su mandíbula se haya vuelto con los años, un tiburón blanco adulto sabe que acabaría fracturada si intentara hacer lo mismo con un enorme elefante marino. La técnica con estos consiste en inmovilizar sus extremidades traseras con un mordisco certero y después limitarse a esperar. Estos grandes escualos saben incluso que si quieren cazar delfines han de mantenerse fuera del alcance de sus sónares. Recordemos que en contra de lo que se creía hasta hace relativamente poco, los análisis de carbono 14 apuntan a que un tiburón blanco puede vivir entre 44 y 70 años, tiempo en el que se cree que puede aprender comportamientos que complementen a los innatos.

Conociendo toda su eficacia como cazadores, si fueran realmente esas bestias devora hombres que Spielberg y Benchley plasmaron, las muertes al año por estos animales tendrían que estar por las nubes. La realidad es un tanto distinta. Normalmente las muertes por ataques de tiburón no superan las 10 al año. Si bien es cierto que un tercio de ellas se deben a grandes blancos, los cuales son tan solo una de las más de 300 especies de tiburones entre las que podrían repartirse las culpas de esos ataques. Pero para poner este dato en contexto, recordemos que al año mueren 25.000 personas por ataques de perros y Cuyo no es ni la mitad de famoso que Bruce en Tiburón. Si buceamos un poco en los datos veremos que incluso las vacas matan anualmente a más personas que los tiburones.

Lo desconocido

Breaching de un gran tiburón blanco en Sudáfrica. (Creative commons de Travelbag Ltd)
Breaching de un gran tiburón blanco en Sudáfrica. (Creative commons de Travelbag Ltd)

A medida que se investiga más sobre ellos descubrimos cómo muchas de las asunciones que incluso la ciencia había realizado eran en cierto modo prejuicios. Hasta hace poco se creía que los grandes blancos vivían casi toda su vida en el mismo lugar, zonas costeras epipelágicas (a menos de 200 metros de profundidad, donde la fotosíntesis todavía es posible y hay más flora y fauna) Últimamente algunos estudios parecen apuntar a todo lo contrario, que, si bien vuelven a las mismas zonas de costa, los tiburones blancos se aventuran mar adentro en migraciones donde entrarían en contacto con otros ejemplares.

Pero las sorpresas nos persiguen hasta la escala celular. Estudios recientes tratan de profundizar en los mecanismos celulares que permiten a los tiburones cicatrizar sus heridas tan rápidamente, y otros tratan de entender cómo su sistema inmunitario consigue luchar contra el crecimiento de tumores. Pensar que un predador tan implacable puebla los océanos de todo el mundo en lugar de viajar en la Nostromo es sobrecogedor, pero nos lleva a otra reflexión.

Y es que cuanto más aprendemos de ellos más descubrimos que son seres complejos y comunicativos que establecen jerarquías sociales. Comportamientos que si bien no se ven cuando les llamamos con carnaza, tampoco se aprecian en el carísimo y efectista documental de Fabien. Porque seamos realistas, si lo que realmente pretendía era grabarles en secreto había mil formas más baratas y discretas que no implicaban disfrazarse de tiburón.

 

REFERENCIAS: